Llevar la Presencia - El Espíritu Santo en nosotros
Hay una revolución silenciosa que ocurre cuando realmente comprendemos que el Espíritu Santo mora en nosotros. No se trata de un concepto teológico lejano, sino de una realidad viva y palpitante que determina todos los aspectos de nuestra vida espiritual. Las palabras de Pablo en 1 Corintios 6:19-20 nos recuerdan que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Esto significa que no somos meros recipientes, sino portadores de la presencia de Dios en cada situación que afrontamos.
Cuando entramos en la oración, no lo hacemos como extraños que esperan la intervención divina, sino como personas a través de las cuales fluye activamente la presencia de Dios. La cercanía del Espíritu transforma la oración de un ritual en una relación. La comunicación con Dios se hace personal: a veces es un pensamiento, un sentimiento o un conocimiento interior difícil de explicar. El Espíritu habla a través de nuestros sentidos, integrándose con el oído, la vista, el tacto e incluso la intuición. Esta intimidad no está reservada a unos pocos; es la herencia de todo creyente.
En el ministerio de la oración, esta realidad lo cambia todo. Cuando rezamos por alguien, no nos limitamos a ofrecer palabras o buenos deseos: estamos extendiendo la presencia de Dios que vive en nosotros. Nuestro toque, guiado por el Espíritu, puede convertirse en un conducto de sanación y restauración. Incluso una mano suave sobre un hombro o una palabra tranquila pueden llevar el peso del amor de Dios.
La comunidad profundiza esta dinámica. La presencia del Espíritu en nosotros nos conecta con los demás, permitiéndonos ofrecer aceptación y honor a través de actos sencillos. A veces, simplemente sentarse con alguien en silencio, ofrecerle un oído atento o una caricia reconfortante, comunica más de lo que podrían hacerlo las palabras. El Espíritu Santo utiliza estos momentos para traer transformación, sanación y esperanza.
La invitación es sencilla pero profunda: toma conciencia de la presencia del Espíritu en ti. Deja que esa conciencia modele tus oraciones, tus relaciones y tus expectativas. No estás solo en el ministerio; eres un templo vivo, que lleva la presencia de Dios dondequiera que vayas.